– De seguro anda en pecado y por eso le pasa eso…
¿Alguna vez has escuchado algo eso? Es más común de lo que creemos. Llegamos a emitir juicios o queremos solucionar problemas porque creemos que todo es por causa del pecado. Es cierto, muchas cosas son por consecuencia de nuestro pecado… pero no todas. Existen situaciones, sufrimientos, pérdidas, dolores o pruebas que no tienen su raíz en el pecado personal o el de alguien más. Es difícil para nosotros llegar a comprender esto porque (creo) pocas veces solemos hablar del sufrimiento como parte natural de la vida de los hijos de Dios. O cuando llegamos a hacerlo solemos “romantizarlo” desde lejos pero jamás llegamos a orar para que venga sufrimiento inesperado en nuestra vida para santificarnos y probarnos. Pienso que en nuestras buenas intenciones de resaltar la terrible consecuencia del pecado en nuestros corazones también hemos cometido un extremo de pasar por alto que no todo el dolor o sufrimiento es por causa de ello.
Basilio escribe esto a su amigo Nectario después de que este perdiera a su hijo:
Debemos estar completamente seguros de esto, las razones detrás de lo ordenado por Dios están fuera de nuestra comprensión. Sin embargo, siempre, todo lo que Dios ordena para nosotros es por medio de la sabiduría de aquél que nos ama y por ello debemos aceptarlo incluso si eso nos provoca dolor. Él mismo sabe que todo lo que ha ordenado es para el bien de cada uno de nosotros. Ahí está la incomprensibilidad para nosotros.1
No todo el dolor y sufrimiento tiene una raíz en el pecado y el libro de Job nos ayuda a comprender esto de mejor forma.
Al leer este libro debe quedarnos muy claro que vamos a sufrir simplemente porque Dios lo permite. Sin embargo, Dios no permite algo sin un propósito en particular. Y más difícil es para nosotros reconocer que la razón o propósito de tal dolor puede, o no, permanecer oculto para nosotros.
Todos los eventos en las pruebas de Job estaban controlados y dirigidos por la providencia divina.
Crisóstomo2
Ahora bien ¿Por qué sufrió Job? ¿Pecó? Podemos divagar y especular y pasar horas y horas tratando de defender algunas teorías que en ocasiones rayan en lo absurdo. La realidad es que el libro no menciona de forma explícita la razón exacta por la cual Job padeció de forma tan intensa y en tan poco tiempo. Sin embargo, he llegado a escuchar o leer a algunos que afirman con una gran certeza que Job sufría por causa de sus hijos y las fiestas que celebraban y terminan proyectando a Job como un padre permisible que toleraba sus pecados y por eso Dios lo castigó (1:4). Sin embargo, no hay nada dentro de este libro que confirme que sus padecimientos son por tal razón y abogar por ello es hacerlo desde un argumento de silencio. Además, nos desviaría del tema principal y estaríamos enfocándonos en puntos secundarios.
Cuando leemos este libro de forma detenida podemos leer que la primera declaración de Dios sobre Job es reconocerle como “perfecto” y “recto” (1:1). Dios no nos revela nada más sobre Job, no expone algún pecado, falta, no se dice nada. Pero, después podemos leer de forma explícita que Dios permite a Satanás el provocarle tales aflicciones (1:7-13, 2:2-4). Por tanto, a la luz de este pasaje no nos equivocaríamos en afirmar que el sufrimiento tuyo, mío, así como el de Job, debe ser afirmado como bueno porque simplemente Dios lo permite. Aquí la paradoja, confusión, dolor y frustración de no saber por qué sufrimos, y no, no siempre es por el pecado.
Es interesante que aun los comentaristas judíos reconocen que este libro no deja en claro por qué Job sufría. Mayer Gruber en The Jewish Study Bible dice: No hay forma de entender el significado del sufrimiento. Esto es, el argumento de Dios, las razones del sufrimiento – si es que hay algunas – están simplemente por encima de las capacidades humanas de comprensión.3
Esta experiencia de sufrir y no saber por qué podemos tomarla desde una perspectiva diferente. Por ejemplo, a la luz de un Dios Creador, Trascendente, Todopoderoso, Soberano, lleno de gracia y bondad no es muy difícil comprender que tenemos límites y esto arroja luz a la frustración del sufrimiento repentino. (3). Sufrir y no saber por qué permite que pidamos consejos y analicemos, reflexionemos y nos ejercitemos en el discernimiento (3 – 4, 15 – 21, 22 – 31). El sufrimiento nos lleva a buscar la sabiduría para intentar comprender de qué forma debemos actuar en medio de la adversidad (11:5-6, 13:5, 15:8, 26:3, 28:12, 28:20, 28, 32:7-9, 32:13, 33:33). Al final, el sufrimiento nos muestra que dependemos exclusivamente de Dios para poder soportar las pruebas y reconocer lo poco que sabemos de él (42:5), nos lleva a arrepentirnos por exigir explicaciones (42:6), permite que tengamos la certeza de que Dios escucha nuestro clamor, quejas o inconformidades (42:8-9). El sufrimiento nos lleva reconocer que Dios vive y está cerca de nosotros en medio de toda la confusión porque él es quien nos sostiene (19:25-27).
Desconozco por qué a veces sufrimos. No lo sé. Y deberíamos acostumbrarnos a decir que no sabemos más seguido. Muchas veces en nuestras “buenas intenciones” terminamos queriendo “arreglar” los problemas y solucionar cuando en realidad la gente quizás solo necesita que estemos ahí con ellos. De hecho, todo iba bien con Job hasta que sus amigos comenzaron a aconsejarle. Y ahí es donde podremos darnos cuenta de que podemos saber mucho acerca de determinadas doctrinas, temas, pasajes bíblicos, libros o cartas enteras, recitarlos de memoria pero jamás debemos creer que eso implica ser sabios.
Consejos Dolorosos
Job verdaderamente anhelaba tener una respuesta sobre el padecimiento que atravesaba. Y ahí están sus amigos listos para aconsejarlo y poder dialogar. Pero vaya problema que se presentó. Elifaz arremetió contra Job con una teología de “retribución” (4:8) porque simplemente creía que Job estaba sufriendo el pecado y el mal que vino sobre él era el resultado de ello (5:6). Longman comenta que los tres amigos de Job sostenían un tipo de sabiduría de retribución pero caracterizada por elementos rígidos y mecánicos.4 Elifaz claramente muestra esto en sus discursos (4 – 5). Él, al igual que sus otros amigos, tienen problemas serios a la hora de aplicar la sabiduría y limitarse simplemente a ver el sufrimiento como consecuencia del pecado. Belcher Jr. comenta que aun cuando Elifaz dice cosas que son ciertas en un sentido general (4:8, 5:17) su error radica en que aplica de forma incorrecta tal conocimiento porque Job no estaba cosechando lo que sembró.5
Podemos ver que la consejería así como la predicación o enseñanza no se trata simplemente de sacar 200 versículos bíblicos y soltarlos de forma indiscriminada. Lamentablemente, hoy tenemos a personas que se jactan de “conocer mucha Biblia” pero que se muestran totalmente desinteresados en el sufrimiento o pruebas de las personas porque quieren “arreglar” el problema. Lo único que terminan provocando es un dolor aún más grande en quienes sufren.
Ahora bien ¿Qué hacemos en estos casos? ¿Simplemente nos resignamos a que jamás podremos conocer el motivo de este sufrimiento? ¿Así nada más? ¿Eso es todo? Muchas veces decimos cosas como: Sigue adelante y verás que “no pasa nada” o peor aún llegamos a comparar y minimizar el sufrimiento del otro diciendo: Uy no, a mi ya me tocó pasar por eso y no tienes idea… lo tuyo no es tan grave. Que terrible porque terminamos hundiendo aún más a alguien que simplemente deseaba un poco de ayuda. Nuestras “buenas intenciones” no son suficientes y nuestro “gran conocimiento” jamás nos bastará para poder comprender las razones detrás del sufrimiento de una persona.
Podemos pasar una vida entera tratando de buscar respuestas que jamás van a llegar. Podemos quizás dedicarnos a resolver misterios que nunca podremos entender. Pero Dios actúa de formas diferentes y aun cuando no responde a Job de forma explícita si podemos ver que la búsqueda de la sabiduría divina es un punto crucial. Y si algo podemos aprender con la sabiduría divina es que nadie escapa del sufrimiento en esta vida. Dios puede decidir no revelar tales propósitos y esto puede provocar que en nuestro intento de dar una solución terminemos abusando de la “retribución”. Podemos caer en un grave error al atribuir el sufrimiento exclusivamente al pecado como los amigos de Job lo hicieron. Y en ese error nosotros estaríamos cayendo en otro gran pecado.
Un ejemplo que arroja luz a este tema es el relato del ciego de nacimiento en Juan 9. Le preguntan a Jesús: ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego? La respuesta de Jesús debería conmovernos porque lejos de arremeter contra el ciego, sus padres o los mismos discípulos por formular tal pregunta Jesús les responde: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Y sabemos el resto de la historia.
Job nos enseña que Dios está en control de todo y que el sufrimiento que nos sorprende no siempre es por consecuencia del pecado. Sin embargo, Dios está en control cuando nosotros no sabemos qué hacer con nuestra vida y esto sucede más de una vez durante el día. La experiencia de Job no fue seguir argumentando contra Dios. Después de 41 capítulos Job comprendió que su forma de proceder había sido incorrecta. Dios no le debía explicaciones a Job y a tampoco a nosotros.
¿Qué hizo Job ante esta incertidumbre? Se arrepintió por la forma en que procedió y Dios escucho su lamento, restauró su pérdida, reconoció que era recto, arrojó luz a la terquedad de sus amigos, quitó su aflicción. Job fue consolado, murió viejo y lleno de días. Podríamos quedarnos aquí y sería una hermosa historia. Sin embargo, no podemos ni debemos hacerlo porque Job solo podemos entenderlo a la luz de Cristo.
Cristo y Job
Si nos quedamos en Job todo permanece como un enigma que solo provocaría una frustración terrible. Pero gracias a Dios que eso no ha sucedido. Y no quiero que me mal entiendas, la luz del A.T. era suficiente para que aquellos creyentes conocieran a Dios. Tan es así que Job reconoce a su Redentor, procede en arrepentimiento, ofrecía sacrificios, etc. Pero nosotros ahora tenemos la revelación total y podemos ver el plan divino de principio a fin, o al menos entenderlo mucho mejor que aquellos hombres.
Job nos dirige al verdadero Siervo Sufriente, Cristo.
Cristo muere en una cruz, la muerte más obscena y cruel, voluntariamente se ofrece como sacrificio por nuestros pecados para beneficio de hombres y mujeres que estaban totalmente perdidos y sin esperanza. Cristo absorbe todo el sufrimiento que jamás podremos llegar a comprender en toda nuestra vida aquí o en la eternidad. Jesús es el verdadero Job que sufre de formas inimaginables.
El sufrimiento de Job es solo un tipo y una sombra del sufrimiento de Cristo.
Jesús experimenta el sufrimiento sin queja alguna. No abrió su boca, permaneció callado, por ti y por mí. Sufrir nos acerca a Cristo como individuos y como comunidad, nos permite comprender que somos un cuerpo que se alegra, ríe, llora y sufre juntos.
El sufrimiento nos comunica el confort de que Cristo también ha sufrido y puede identificarse con nuestro dolor. En Cristo el sufrimiento tiene un propósito santificador y eso debe movernos a glorificarle porque cada momento de dolor nos permite depender más y más de Cristo.
A la luz del sufrimiento de Cristo nos queda claro que su obra no puso fin al sufrimiento. Por el contrario, arrojó luz a la causa de nuestros padecimientos y nos ayuda a comprender la belleza que existe en este proceso tan doloroso. Si, hay una belleza en el sufrimiento porque a través de ello podemos ver como Cristo se identifica con nosotros. No es un Dios lejano que simplemente ve nuestra miseria. Por el contrario, quienes están en Cristo podemos tener la confianza de que Dios escucha nuestro lamento, quejas, dolor y aflicción (Éx. 2:23, 3:7-9, 16-17, 5:3, 6:5-8).
Y mejor aún es saber que nuestra restauración será infinitamente mejor que la de Job porque ahora nosotros comprendemos que “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Ro. 8:28). Todo lo que hayamos perdido lo “recibiremos cien veces más, y heredaremos la vida eterna (Mt. 19:29).
Seguiremos sufriendo y es algo inevitable. Por ello, debemos reconocer que entre Dios y nosotros existe una brecha abismal. Su plan divino rebasa nuestra capacidad de comprensión y esto incluye la paradoja del sufrimiento como parte de tal plan. Sin embargo, en medio del sufrimiento, confusión, abandono y dolor podemos clamar con David:
Clamé a ti, oh, Jehová;
Dije: Tú eres mi esperanza,
Y mi porción en la tierra de los vivientes.
Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido.
Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo.
Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre;
Me rodearán los justos,
Porque tú me serás propicioSal. 142: 5-7
No es necesario saber el propósito detrás de nuestro sufrimiento. Lo que necesitamos es creer que Dios obra en medio de ello y lo que para notros no tiene sentido, parece injusto, doloroso o simplemente es insoportable, podemos verlo como algo bueno y con una meta clara en el consejo inescrutable y eterno de Dios.
Seamos pacientes, cautelosos y pacientes cuando veamos que alguien está sufriendo. Lejos de arreglar el problema nuestro deber es llevarlos a Cristo para que puedan encontrar confort en aquél que si tiene todas las respuestas. No todos los casos de consejería son blanco y negro pero Cristo si es la respuesta para todos los problemas. No todo se arregla de un día para otro pero todo puede ser mejor cuando ponemos en Cristo nuestras cargas o al menos el camino puede ser un poco menos complicado.
Lloremos con los que lloran, permanezcamos en silencio si es necesario, en ocasiones es lo mejor, simplemente estemos ahí para quienes nos necesitan.
Basilio, Carta 52.
Juan Crisóstomo, Comentario a Job.
Adele Berlin y Marc Zvi Brettler, eds., The Jewish Study Bible, trad. Por Jewish Publication Society (NY: Oxford University Press, 2004), 1500.
Tremper Longman III y Raymond B. Dillard, “Chapter 15 Job”, en Introduction to the Old Testament (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2006) 224 – 236.
Richard Belcher Jr., “Job”, en A Biblical-Theological Introduction of the Old Testament: The Gospel Promised (Wheaton, Illinois: Crossway, 2016), 357 371.